martes, 18 de octubre de 2011

Clack

Esta es mi historia, hija de la noche. El epígrafe del señor Burdick a la imagen es: "Su corazón latía desbocado. Estaba seguro de que había visto girar el tirador de la puerta". Él titula su dibujo: "Huésped(es) sin invitación"


Su corazón latía desbocado. Estaba seguro de que había visto girar el tirador de la puerta. Miró a su alrededor. Todo seguía igual. La luz de mediodía se colaba por el tragaluz y descendía con todo su peso por la habitación. Las voces amortiguadas de sus hermanos jugando en el jardín no acallaban sus latidos. Descenso de conjunciones y de pulsaciones. No se puede pensar con sudor frío. Pomo, corazón, duende, príncipe destronado, luz. Un ser sobrenatural detrás del umbral y él pensando como un subnormal. Con palabras sueltas. A veces le ocurría eso. Su madre se lo hizo notar cuando le dijo un día: "Tanto leer y no sabes expresarte cuando viene una vista o tienes que ir a comprar el pan".

Pan, isla del tesoro, señor grande, miedo, voz, temblor, solo. Tomó aire. Ahora demostraría que no tenía miedo. Afrontaría como los héroes de los libros su destino. Se zafaría de las manos de Long John Silver, que se aferraban a su chaqueta como tenazas, lanzaría amarras, abordaría la puerta y confrontaría su destino. Sí, eso haría. En un momento.
Antes quería resolver el enigma. Veamos. Cuando entró a hurtadillas en el sótano había escuchado el sonido amortiguado de una puerta que se cierra con sumo cuidado. Es el mismo sonido que deseas que se mimetice con el silencio de una casa dormida. Lo sabía, le era familiar. Era el sonido que más evitaba y el que más conocía. El sonido que él hacía todas las noches cuando, con el corazón encogido, abría la puerta de su habitación y bajaba las escaleras para devolver a la estantería del salón el libro que había leído.

Le habían prohibido leer libros que no fueran de texto. Sus notas habían bajado. ¿Y qué importaba? Detrás de sus ojeras brillaba la mirada del que tiene un libro y una linterna en las manos y es feliz. Si no fuera por el ruido. Ese ruido que evitaba cada noche lo sentía a cada paso como un nudo en el corazón.

Tras el "clack" de la puerta del sótano, aún llegó a ver cómo un centímetro de abertura se movía buscando la junta y su salvación. Simpatizaba con el que lo había hecho. Era como él. Los dos tenían un secreto y luchaban por guardarlo. Aun así, la simpatía por él no era suficiente. Tenía que saber qué o quién era. Un recuerdo se fue abriendo paso entre las brumas de monosílabos que la tensión le imponía. El circo de hace un mes. O, mejor dicho, la imagen que se le quedó grabada a fuego.

Un día después del cierre había pasado por el sitio en que lo habían montado. No quedaba nada: solo restos de una olla abollada, tirada en el barro, y una enana sentada encima. Gimoteaba en el cieno. La había visto antes el último día del circo. Todos andaban recogiendo. Al titiritero solo le quedaba el muñeco de un mago fláccido, de gorda cabeza y mueca hiriente, por meter en su baúl. Y por mucho que lo intentaba, no lograba reunir espacio para que entrara. Presión sobre sus miembros, tensión y sudor en el hombre, una pierna del mago colgando, revienta un botón de su camisa. Una enana a su lado ríe a carcajadas rojas. El carruaje de su padre aceleró la marcha y ya no pudo ver más. Titiritero. Enfado. Enana. Expulsión. Pérdida. Refugio. Sí, eso era. La habían dejado sola y este era su refugio. Volvería cada mañana, le traería algo de comer y sería su amigo. Claro que vencería el nudo que le impedía moverse y llegar hasta el pomo.
Pero no ahora. Mañana.

Volvió sobre sus pasos y cerró la puerta del sótano con mucho cuidado, evitando hasta el más mínimo ruido. Clack.

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