miércoles, 23 de noviembre de 2011

Fugacidad


Espero que lo consigan. En todos los sentidos.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Mr Ravioli



When I was young, I invented an invisible friend called Mr Ravioli. My psychiatrist says I don't need him anymore, so he just sits in the corner and reads.

Mary and Max (2009)

martes, 18 de octubre de 2011

Clack

Esta es mi historia, hija de la noche. El epígrafe del señor Burdick a la imagen es: "Su corazón latía desbocado. Estaba seguro de que había visto girar el tirador de la puerta". Él titula su dibujo: "Huésped(es) sin invitación"


Su corazón latía desbocado. Estaba seguro de que había visto girar el tirador de la puerta. Miró a su alrededor. Todo seguía igual. La luz de mediodía se colaba por el tragaluz y descendía con todo su peso por la habitación. Las voces amortiguadas de sus hermanos jugando en el jardín no acallaban sus latidos. Descenso de conjunciones y de pulsaciones. No se puede pensar con sudor frío. Pomo, corazón, duende, príncipe destronado, luz. Un ser sobrenatural detrás del umbral y él pensando como un subnormal. Con palabras sueltas. A veces le ocurría eso. Su madre se lo hizo notar cuando le dijo un día: "Tanto leer y no sabes expresarte cuando viene una vista o tienes que ir a comprar el pan".

Pan, isla del tesoro, señor grande, miedo, voz, temblor, solo. Tomó aire. Ahora demostraría que no tenía miedo. Afrontaría como los héroes de los libros su destino. Se zafaría de las manos de Long John Silver, que se aferraban a su chaqueta como tenazas, lanzaría amarras, abordaría la puerta y confrontaría su destino. Sí, eso haría. En un momento.
Antes quería resolver el enigma. Veamos. Cuando entró a hurtadillas en el sótano había escuchado el sonido amortiguado de una puerta que se cierra con sumo cuidado. Es el mismo sonido que deseas que se mimetice con el silencio de una casa dormida. Lo sabía, le era familiar. Era el sonido que más evitaba y el que más conocía. El sonido que él hacía todas las noches cuando, con el corazón encogido, abría la puerta de su habitación y bajaba las escaleras para devolver a la estantería del salón el libro que había leído.

Le habían prohibido leer libros que no fueran de texto. Sus notas habían bajado. ¿Y qué importaba? Detrás de sus ojeras brillaba la mirada del que tiene un libro y una linterna en las manos y es feliz. Si no fuera por el ruido. Ese ruido que evitaba cada noche lo sentía a cada paso como un nudo en el corazón.

Tras el "clack" de la puerta del sótano, aún llegó a ver cómo un centímetro de abertura se movía buscando la junta y su salvación. Simpatizaba con el que lo había hecho. Era como él. Los dos tenían un secreto y luchaban por guardarlo. Aun así, la simpatía por él no era suficiente. Tenía que saber qué o quién era. Un recuerdo se fue abriendo paso entre las brumas de monosílabos que la tensión le imponía. El circo de hace un mes. O, mejor dicho, la imagen que se le quedó grabada a fuego.

Un día después del cierre había pasado por el sitio en que lo habían montado. No quedaba nada: solo restos de una olla abollada, tirada en el barro, y una enana sentada encima. Gimoteaba en el cieno. La había visto antes el último día del circo. Todos andaban recogiendo. Al titiritero solo le quedaba el muñeco de un mago fláccido, de gorda cabeza y mueca hiriente, por meter en su baúl. Y por mucho que lo intentaba, no lograba reunir espacio para que entrara. Presión sobre sus miembros, tensión y sudor en el hombre, una pierna del mago colgando, revienta un botón de su camisa. Una enana a su lado ríe a carcajadas rojas. El carruaje de su padre aceleró la marcha y ya no pudo ver más. Titiritero. Enfado. Enana. Expulsión. Pérdida. Refugio. Sí, eso era. La habían dejado sola y este era su refugio. Volvería cada mañana, le traería algo de comer y sería su amigo. Claro que vencería el nudo que le impedía moverse y llegar hasta el pomo.
Pero no ahora. Mañana.

Volvió sobre sus pasos y cerró la puerta del sótano con mucho cuidado, evitando hasta el más mínimo ruido. Clack.

Los misterios del señor Burdick


Lanzó con todas sus fuerzas, pero la piedra rebotó de regreso.


Si había una respuesta, él la encontraría allí.



Él la había prevenido sobre el libro. Ahora era demasiado tarde.



La quinta silla terminó en Francia.


En este libro hay imágenes como estas. En cada una de ellas hay un epígrafe que plantea más preguntas que respuestas. La leyenda cuenta que el señor Burdick dibujó las láminas y escribió un cuento para cada una de ellas. Burdick le dijo a su editor que le guardara los dibujos una noche. A la mañana siguiente él mismo le traería los cuentos. Sin embargo, Burdick no apareció ni ese día ni al siguiente ni ningún otro. De esta manera, este libro ha fascinado a generaciones de lectores. Cada uno ha terminado las historias a su manera, creando así cientos de relatos diferentes.

viernes, 14 de octubre de 2011

Ophelia






Yo soy Ofelia. Aquella que el río no contuvo. La mujer colgando de la soga. La mujer con las arterias abiertas. La mujer de la sobredosis. La mujer con la cabeza en el horno. NIEVE SOBRE SUS LABIOS. Ayer por fin dejé de suicidarme. Ahora estoy sola con mis pechos, mis muslos, mi útero. Destrozo el instrumental de mi cautiverio, la silla, la mesa, la cama. Destruyo el campo de guerra que fue mi hogar. Arranco las puertas para que el viento deje entrar al grito del mundo. Destrozo la ventana. Con mis manos sangrantes rompo las fotografías de los hombres que amé y me usaron sobre la cama, la mesa, la silla, el piso. Incendio mi prisión. Tiro mis vestidos al fuego. Arrojo el reloj que fue mi corazón fuera de mi pecho. Salgo a la calle, vestida con mi propia sangre.

Heiner Müller. Hamletmaschine.

lunes, 16 de mayo de 2011

A ciegas: autobiografía sin pudor (II)

Cuando uno llega a un hospital, la dignidad se aparta de ti. Siempre he pensado que nada más llegar, los médicos deberían llevar al paciente a una de esas básculas con las que se pesa la carne al por mayor. El enfermo se tumbaría en una camilla en posición fetal, y los médicos y las enfermeras se encargarían de envolverlo en montañas de papel periódico y de cargarlo a todas partes. El abandono de uno mismo, la fragilidad de la carne ante el contacto del frío metal y el miedo a que un conjunto de extraños zarandeen tu cuerpo y hurguen en él se convierten en lo único real. El alma desaparece cuando ve un hospital. Hasta las dos palabras parecen alejarse en mi última frase, como si no quisieran saber nada la una de la otra. Lo único que hay es carne, una carne temblorosa que grita culpa y que llora cuando no la ve nadie. Cada uno tiene sus propios mantras para sobrellevar todo esto; el mío siempre ha sido mirar a las cosas fijamente, esperando a que cambien. Es como si con un gesto cortés les diera una oportunidad para que se transformaran en algo diferente, como si alargar el tiempo entre parpadeo y parpadeo fuera mi ultimátum hacia ellas. Es entonces cuando todo se ríe de ti y empieza el baile de lo grotesco.

EL BAILE DE LO GROTESCO

Día 1 Estoy jugando al squash con mis amigos Helen y Santiago. Me doy un golpe con la pared y noto un dolor en la espalda. Palpo un momento el lugar y me doy cuenta de que hay un bulto. Sigo jugando y me olvido.

Día 2 Han pasado ya varias semanas y decido ir al médico, confiando en que sea una fístula, algo pueril y no muy grave. Voy con mi padre. El médico murió hace unos treinta años, calculo. Por supuesto, su cuerpo esquelético sigue ahí diciendo tonterías que no entiendo. La boca emite sonidos. Su bolígrafo también, aunque el tacto oblicuo de la tinta sobre el papel indica nerviosismo, incapacidad, longevidad inútil. Su español no es malo, pero demasiado castellano. Es la reencarnación de una gigantesca meseta franquista, moviéndose como el bosque de "Macbeth", dando órdenes sin sentido sobre la colocación del cuerpo y haciendo chistes que evitan el silencio. Sus bromas me recuerdan a "El Jarama". Por edad podría haber estado allí, en el picnic de domingueros, tomando limonada y viendo cuerpos flotantes. Supongo que de allí le vino su fascinación por la muerte y el cuerpo. Paro mi pensamiento y rompo a escuchar:

"... es algo extraño. Podría tratarse de una fístula, pero la propia textura parece indicarnos otra cosa. Habrá que hacer pruebas y...".

Huele como habla. Es una colonia de estas de cuando salían hombres de verdad, triunfaba el orden y las enfermedades eran fáciles de diagnosticar. El hombre parece una caricatura de un médico franquista, ramplón y advenedizo, de los que parece que nacieron para medrar en esa época. Me recuerda a "Maus", cuando el escritor no sabe cómo representar a su padre porque es como la caricatura de un judío avaro y huraño.

"... voy a mandar una biopsia por precaución y...".

Día 3 Voy a un hospital, no me acuerdo del nombre. Todos son iguales. Siento el mayor dolor que jamás haya sentido. Casi me desmayo. Con el dolor pasa algo raro: cuando llega firmarías la muerte, pero cuando desaparece no firmarías la vida. Hay algo que está dentro de ti que se lleva el dolor, y que la vida no te devuelve.

Día 4 Al menos el dolor te puede llevar a otra realidad más trascendente y a conocer más a tu verdadero "yo", ¿quién sabe? La consulta al médico del NODO es un baño de "tú". Entro con mi padre, por orden expresa del médico... Las otras veces se quedaba en la sala de espera. Volvemos a asistir a la exhibición de fuerza moral, integridad, medallas por todos los lados y español de los 50 de nuestro médico favorito. El médico me dice que tengo cáncer de piel.

Día 5 Error de diagnóstico...
Continuará...

jueves, 21 de abril de 2011

A ciegas: autobiografía sin pudor

Cuando era un estudiante de primero de económicas y sabía que no quería estar ahí, me refugié en la literatura sin brújulas ni guías. Apenas pasaba por la facultad y me iba a la biblioteca de al lado de mi casa a leer. La disciplina que seguía era férrea: un libro al día si bajaba de las trescientas o cuatrocientas páginas, o en su lugar dos novelas cortas o la mitad de un clásico decimonónico. La jornada empezaba a las diez y terminaba a las ocho. Fue una solución completamente lógica al muro que se empezaba a construir a mi alrededor: una planta enredadera por la que trepar a las alturas con el corazón encogido y la mirada puesta en el suelo.

La solución de mis padres de tirar por la calle de en medio, tras mi ilógico abandono de matemáticas,(siempre me han encantado), me condujo a una carrera que odiaba. Mi conversión en una Matilda de dieciocho años chocó con el mundo con estrépito de cristales. El mundo es una apisonadora y las bibliotecas son no-lugares: cementerios de mentes a los que se va a llorar y a ocultar la desgracia de la vida. El verdadero lector no escribe nada, porque ni siquiera sabe cómo rellenar la cuartilla de su vida. Es un fantasma: no ensucia nada de lo que toca ni se arriesga a entrar en el juego. Se contenta con trepar con los ojos cerrados y pensar que, cuando los abra de nuevo, todo va a ser diferente. Aun así, hay una chispa que todo lector de verdad tiene.

Al mirar atrás, la veo en los ojos febriles de un chico de dieciocho años, al que no le importaba tener los ojos cansados, o que ya fuera la hora de volver a casa a fingir un día normal de estudio y de sociabilidad. A diferencia de Matilda yo trituraba los libros, los asfixiaba con mis lecturas insaciables y creía poder acorralarlos en un rincón, llamarlos súbditos y sentirme rey de mi pequeña ínsula de fantasía. Los días se llamaban Los demonios, Guerra y paz, Rojo y Negro, La taberna errante...

¿Continuará?

martes, 15 de marzo de 2011

Outsomnio
















En un aeropuerto un personaje se debate entre arruinarle la vida al escritor y caer dormido, o proseguir con ese estado de insomnio que le persigue desde hace tres días, desde el momento en que fue creado para contar una vida que no recuerda haber tenido.
Lo primero que sintió fue la aparición de un abrigo que colgaba de la nada que era él (pg 2), que dio paso a un rostro rubicundo y enérgico, propio de Césares, regidores de imperios (pg 3, escritor fisonomista). Nada más mirarse en un espejo de la luminosa y excesivamente pulida terminal 1 le entró una vergüenza terrible, y nervioso miro hacia los lados para ver si alguien se había dado cuenta de que sólo era una cabeza envuelta en un abrigo. Afortunadamente, el escritor no daba importancia a los personajes secundarios y pudo pasar desapercibido, aunque le quedó para siempre el tic de echar una mirada por el rabillo del ojo, para observar la reacción que producía en los demás.
Después de un par de páginas, se tuvo que sentar en un banco del aeropuerto. Se estaba mareando y no era para menos: le había tocado en desgracia un libro compuesto de monólogo interior. La cabeza le daba vueltas, no podía ponerla en blanco como hacían los demás personajes, debía estar siempre en funcionamiento, relacionando cosas, conectándolas con recuerdos...
Descubrió tener bufanda cuando se le cayó y la tuvo que recoger (pg 5, el escritor no precisó recogerla con las manos y el pobre tuvo que inclinar la cabeza a ras de suelo, morderla y levantarla), y una pierna nació cuando el narrador decidió hacerla oscilar siguiendo el ritmo de una melodía de organillo que venía de lejos.
En el asiento de al lado descubrió un reloj de cadena que no había visto antes (pg 7).
Le gustaba, era redondo y pesado, y cuando con la mano derecha -recién llegada a la escena- le fue quitando la herrumbre y descubrió que era de un dorado débil, con olor a vida pasada y a una historia que contar, la cabeza le volvió a doler, esta vez atrozmente. Al parecer (pgs 8 a 18), el reloj le recordaba a una vieja tía suya a la que nunca había visto, y a muchos domingos de té y dominó, en donde el ladrido de un perro había sacudido su somnolencia de niño rico de pelo con raya al lado y jersey de pico, para convertirla gradualmente otra vez en la pesada espera de otro ladrido.
No podía seguir aguantando más en esa habitación llena de candelabros y de cajitas de música con bailarinas dentro, que váyase usted a saber qué clase de recuerdos o de pensamientos entrecruzados le provocarían.
Descubrió algo. Antes había logrado pensar por sí solo. Sí, en la página 7, justo antes de las reuniones de su tía con amigas de cara avinagrada y reproches múltiples. Justo cuando dijo "Le gustaba, era redondo y pesado". Eso era real. Debía concentrarse en el reloj. Redondo y pesado. Sí, podía pensar. Redondo y pesado. Sueño. Somnio. Antes había sido nombrado como insomne (pg 6) Redondo y pesado. Pero ¿qué era el insomnio? Redondo y pesado. Dentro del sueño ¿Por qué entonces significaba carencia de sueño? Redondo y pesado ¿No sería más lógico outsomnio, fuera de sueño?

Gmail: la fragmentación del "yo"



















Los cuentos de hadas glaciales quedan bien en programas de películas o en solapas de libros, pero luego son muy difíciles de plasmar...

La inacción es parte del pensamiento.

Yo enseño mi verdad y molesta, pero sólo contiene un poco de cieno. Los demás la esconden y están podridos.

1+1=1 (una gota sumada a otra gota no hacen dos gotas sino una gota más fuerte).

La acción que provoca alguien que piensa, o sea, la acción que provoca la inacción sólo puede llevar un mensaje a los que pueden estar destinados a pensar, no a todos. Y eso en el supuesto más favorable.
Los demás caen en el olvido.

A veces vemos cualidades en los demás para no ver las propias por miedo a que nos conviertan en algo diferentes a lo que ya somos.

Es que depende de varias cosas: por eso he dicho que hay dos fangos. Es una cuestión de naturalezas. Si debido a tu naturaleza estás hecho de fango, por supuesto has de adentrarte en él, elevarte, conocerlo, superarte a través de él...
No puedes evitar tu naturaleza, nadie puede; el fango no te hace diferente porque tú ya eres diferente, son dos realidades indisociables...

Sin embargo, si el fango es una construcción temporal, algo pasajero que coincidió con un período de tu vida es que estás haciendo algo mal. Huye y no mires atrás: porque esa no es tu naturaleza, y mejor mudar de piel hasta al final encontrarla.
No te regodees nunca en un fango que no sientas tuyo: es una trampa de tu mente, una más para soliviantar la frustración de no sentirte pleno, de no conocerte y de ni siquiera saber en dónde está tu fango y tu naturaleza.

Todos llevamos pequeñas cosas escondidas que responden a tu pregunta de ¿quién eres? Pequeños resortes que dibujan nuestra personalidad aunque sólo sea como un hoja mirada al trasluz: sólo es la sombra de nosotros, pero esas sombras han pasado de ser un reflejo de lo que éramos, y de un simple apunte han llegado a ser realmente nosotros.

Todo tan gris, tan aplastado por la especialización, por el hecho de elegir, por la miseria de España que siempre creyó y creerá en dos bandos: cuando para ser bueno en letras has de saber programar y por ejemplo saber de lingüística computacional, o en antropología de fórmulas matemáticas. Todo aplastado porque nos metieron en un molde destructor, en la universidad: esa empresa de pompas fúnebres del pensamiento.

martes, 4 de enero de 2011

Genitivo en sueños















Pequeños muelles de payasos descabezados, angustia en lienzos de rombos a cuadros, geometrías perfectas del delirio, estupefacta línea del vacío, aristas de dolor en piedra, el cieno del alma en gárgolas negras, la extrañeza en la mano sin compás, la perfección en la aritmética del desastre: sepulcros de mi despojo, puntiagudas cúspides de un sueño.

Grieta






















Cae la primera gota sobre tu pecho, y parece que nerviosa al morir, decide llegar al corazón.