lunes, 5 de marzo de 2007

El fósforo y la prisa

El fósforo arde deprisa, esperando en vano que en su momento de arder y por tanto morir, la llama haya merecido la pena. A la palabra le ocurre lo mismo.
De hecho, no hay nada como vivir esta época para que al instante la gente te pida palabras: instantáneas, ligeras, ingrávidas.. Lo importante es que no hayan pasado mucho tiempo por el cerebro para que no lleguen a significar algo, pasando del vértigo del significado apresurado al abismo de la aceleración continua de palabras. Sólo logran que se fundan colores, que nada sea azul, ni rojo, sino que al instante todo sean fragmentos que se entrecrucen y que mirados desde diferentes ópticas puedan brillar. ¿Cedemos a la fragmentación? Puede ser que la respuesta sea sí, pero que esa fragmentación no venga dada desde fuera, sino desde dentro de nosotros. Por ejemplo el silencio. Para mí, el silencio es como una fina capa de hielo debajo de nosotros, que va resquebrajándose poco a poco sin que nos demos cuenta, alimentándose de que en realidad nadie espera el ruido en ese momento. Últimamente lo que nos sorprende es el silencio, no el ruido, pero el silencio siempre existió antes. Acechándonos y mirándonos desde lejos a escondidas con una media sonrisa clavada en su rostro. Incrédulo, pero esperándonos...

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