martes, 6 de marzo de 2007

Tan profundamente en el bosque


Kafka a Milena: " Usted se queja de algunas cartas, dice que les da la vuelta por todos los lados y nada cae de ellas, y sin embargo son ésas, justamente ésas, si no me equivoco, en las que yo me sentía tan cerca de usted, tan subyugado en mi sangre, tan subyugador de la suya, tan profundamente en el bosque, tan reposado en la calma que uno realmente no quiere decir nada, salvo, por ejemplo, que el cielo se divisa entre las ramas de los árboles, nada más, y una hora después uno repite lo mismo, y sin embargo no hay en esta frase " una sola palabra que no haya sido cuidadosamente meditada".

El bosque, la sangre y la palabra. Tres conceptos que siempre han estado unidos a mí, tan dentro de mí que casi nunca los he reunido objetivamente para darles forma, inaprensibles e incapaces de soportar la mera visión o el sonido que provocan ellos mismos al entrechocar.
Aletargados e inmóviles se ponen en funcionamiento al contacto con el fragmento. Todos llevamos dentro momentos en los que nada se puede decir, y lo que se dice son palabras que inexplicablemente siempre han estado allí, palabras que sonarían a hueco en otro momento no sólo nos acercan a lo que somos sino que son lo que somos. Por eso están tan meditadas, inconscientemente han ido ganando terreno moviéndose entre nuestras sombras, alimentándose de ellas hasta llegar a acercarse a lo que cada uno lleva en su interior. Esa palabra muda resonará en nuestra cabeza cuando todo se haya marchado y estemos solos en el bosque con nuestra ya reposada sangre. Ni siquiera llegaremos a saber lo que significa. Seremos esa palabra.

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