martes, 6 de marzo de 2007

Mi primer día en el gimnasio

No hay nada como no haber pisado nunca un gimnasio, exceptuando en los lejanos días del colegio, y entrar a uno de repente. El monitor te mira fijamente varias veces como no creyéndose tu aparición entre posters de Jean Claude van Damme y un Stallone deslucido con unos pantaloncitos rojos ridículos, de gimnasio franquista de potro y espalderas...
Aún así, e imagen kitsch aparte, el monitor te acompaña durante toda la primera sesión empezando por la cinta. La cinta. Lo primero que aprendes de ella es que da igual a la velocidad que la ponga al principio, la cinta es un gran monstruo que te va a intentar tragar por todos sus medios posibles- que son muchos- y que además cuenta con ¡¡¡la inestimable ayuda del monitor!!!. Ahora comprendes su sonrisa a medio camino entre pérfida y pueril, sonrisa de vaca pastando cultivada entre miles de horas aburridas hasta la extenuación, viendo músculos subir y bajar. Es la sonrisa de alguien que ha pasado las horas muertas rumiando su malicia, hasta que después de mucho tiempo logró dar forma al plan: crear al hombre-máquina. ¿Qué hay mejor que un conejillo de indias para ese propósito? En lo que debieron de ser entre cinco y diez segundos me cambia la velocidad de andando a andando deprisa, de footing a corriendo... No logro ver nada, todo se funde a mi alrededor: la máquina entra en mí. Mientras, el batiburrillo que debieron formar piernas, palancas, cinta y botones se hace más espeso. Sufro una visión. Siento con extraordinaria crudeza que ya nadie va a poder separarnos cuando me baje de la máquina y que la gente correrá sobre mí, pensando que mi espalda es una cinta de correr o que los botones son parte de mis labios. Oigo una voz lejana y todo vuelve a la normalidad gradualmente, apagando la pesadilla. La máquina se para, y el monitor me dice que igual me mareo un poco al bajar. ¡Un poco! ¡Me encantan los eufemismos de los gimnasios! Al intentar dar el paso final que me libre de la máquina me siento como Neil Armstrong en su primer contacto con La Luna, más que sin ninguna bandera que clavar ni ninguna gloria que esperar. Vamos... que menos por mis movimientos astronáuticos no me parezco en nada a Neil Armstrong... El monitor se gira en redondo y me dice: ¿Tú nunca has hecho la mili, no?

No hay comentarios: