lunes, 16 de mayo de 2011

A ciegas: autobiografía sin pudor (II)

Cuando uno llega a un hospital, la dignidad se aparta de ti. Siempre he pensado que nada más llegar, los médicos deberían llevar al paciente a una de esas básculas con las que se pesa la carne al por mayor. El enfermo se tumbaría en una camilla en posición fetal, y los médicos y las enfermeras se encargarían de envolverlo en montañas de papel periódico y de cargarlo a todas partes. El abandono de uno mismo, la fragilidad de la carne ante el contacto del frío metal y el miedo a que un conjunto de extraños zarandeen tu cuerpo y hurguen en él se convierten en lo único real. El alma desaparece cuando ve un hospital. Hasta las dos palabras parecen alejarse en mi última frase, como si no quisieran saber nada la una de la otra. Lo único que hay es carne, una carne temblorosa que grita culpa y que llora cuando no la ve nadie. Cada uno tiene sus propios mantras para sobrellevar todo esto; el mío siempre ha sido mirar a las cosas fijamente, esperando a que cambien. Es como si con un gesto cortés les diera una oportunidad para que se transformaran en algo diferente, como si alargar el tiempo entre parpadeo y parpadeo fuera mi ultimátum hacia ellas. Es entonces cuando todo se ríe de ti y empieza el baile de lo grotesco.

EL BAILE DE LO GROTESCO

Día 1 Estoy jugando al squash con mis amigos Helen y Santiago. Me doy un golpe con la pared y noto un dolor en la espalda. Palpo un momento el lugar y me doy cuenta de que hay un bulto. Sigo jugando y me olvido.

Día 2 Han pasado ya varias semanas y decido ir al médico, confiando en que sea una fístula, algo pueril y no muy grave. Voy con mi padre. El médico murió hace unos treinta años, calculo. Por supuesto, su cuerpo esquelético sigue ahí diciendo tonterías que no entiendo. La boca emite sonidos. Su bolígrafo también, aunque el tacto oblicuo de la tinta sobre el papel indica nerviosismo, incapacidad, longevidad inútil. Su español no es malo, pero demasiado castellano. Es la reencarnación de una gigantesca meseta franquista, moviéndose como el bosque de "Macbeth", dando órdenes sin sentido sobre la colocación del cuerpo y haciendo chistes que evitan el silencio. Sus bromas me recuerdan a "El Jarama". Por edad podría haber estado allí, en el picnic de domingueros, tomando limonada y viendo cuerpos flotantes. Supongo que de allí le vino su fascinación por la muerte y el cuerpo. Paro mi pensamiento y rompo a escuchar:

"... es algo extraño. Podría tratarse de una fístula, pero la propia textura parece indicarnos otra cosa. Habrá que hacer pruebas y...".

Huele como habla. Es una colonia de estas de cuando salían hombres de verdad, triunfaba el orden y las enfermedades eran fáciles de diagnosticar. El hombre parece una caricatura de un médico franquista, ramplón y advenedizo, de los que parece que nacieron para medrar en esa época. Me recuerda a "Maus", cuando el escritor no sabe cómo representar a su padre porque es como la caricatura de un judío avaro y huraño.

"... voy a mandar una biopsia por precaución y...".

Día 3 Voy a un hospital, no me acuerdo del nombre. Todos son iguales. Siento el mayor dolor que jamás haya sentido. Casi me desmayo. Con el dolor pasa algo raro: cuando llega firmarías la muerte, pero cuando desaparece no firmarías la vida. Hay algo que está dentro de ti que se lleva el dolor, y que la vida no te devuelve.

Día 4 Al menos el dolor te puede llevar a otra realidad más trascendente y a conocer más a tu verdadero "yo", ¿quién sabe? La consulta al médico del NODO es un baño de "tú". Entro con mi padre, por orden expresa del médico... Las otras veces se quedaba en la sala de espera. Volvemos a asistir a la exhibición de fuerza moral, integridad, medallas por todos los lados y español de los 50 de nuestro médico favorito. El médico me dice que tengo cáncer de piel.

Día 5 Error de diagnóstico...
Continuará...

3 comentarios:

Elena dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Alkmene dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
inma dijo...

La primera vez que leí tu blog era un post sobre Thomas Bernhard o su tumba. La entrada me pareció tan fría, desoladora y personal que aún, a día de hoy, conservo las imágenes que proyecté desde tu narración (un camino medio asfaltado, piedras, hojas de árboles mojadas, un cementerio desolado, un operario en tractor, un cielo gris...), y lo que pensé: que jamás podría visitar su tumba, que no podría soportar todo lo que ese montón de tierra me evocara.

Creo que con está entrada me volverá a pasar lo mismo. Retendré de manera incoherente unas cuántas imágenes: un partido de squash, un hospital setentero, paredes verdes, un padre y, ese montón de utensilios médicos que tanto detesto mientras tú los miras

Un abrazo, Inma