martes, 5 de octubre de 2010

Muerte de un buitre

















Apareciste al fondo del camino y todo volvió a nacer contigo. Llevabas tu alma de hombre derrotado y la arrastrabas como un fardo a través del polvo, sin importarte nada ni nadie. Estabas tan solo que parecías el único hombre del mundo, y tus huellas caían ligeras, suaves, apuntando tu presencia. Te seguí durante más tiempo del que recuerdo, concentrado en el espacio que ibas dejando, y que yo recogía hasta volverte a colocar allí, en un recuerdo futuro.

Me fui quedando ciego. No me importaba. Sabía que si no fijaba la vista en ti, si mis pupilas no temblaban del esfuerzo al intentar enfocarte para siempre, no recordaría nada. Los buitres nunca recuerdan nada. El esfuerzo había merecido la pena. Ya era ciego, pero en mi interior, agrupado bajo un confuso manto de colores aparecías tú, casi parado al pie de la loma, encorvado y sin saber qué hacer con los brazos, buscando algo que ya no sabías lo que era, algo más antiguo que el desierto y tu vieja alma.

Desde que me quedé ciego comprendí que hablábamos el mismo lenguaje, que tú también has nacido para vivir con los muertos y no con los vivos. Tu naturaleza igual a la mía era mi brújula a través de un desierto inmaculado. Llegó un momento en el que no te sentí. Al principio pensé que el dolor intenso que laceraba mis ojos y que me había perseguido desde que me quedé ciego se había agudizado y había afectado a mis otros sentidos. Pero no, allí estaban tus huesudas manos aferrándose a mi cuello, resbalando entre sudor, carne y odio. Odio. Durante un tiempo no pude sentir nada a pesar de que seguía oyendo cómo intentabas que mi cuello crujiera y emitiese el chasquido final.

Estaba paralizado, notaba cómo tus palpitantes manos gritaban la palabra odio a través de mi cuerpo y el desierto mudo miraba para otro lado.

Tuve que reaccionar. Revolviéndome empecé a picotear alrededor encontrando arena y carne, abriendo heridas para intentar cerrar las mías. Logré zafarme de ti que caíste al suelo rígido de dolor.
No nos movimos durante días. Le puse tu recuerdo a mi ceguera.
Las pisadas de un hombre nos sacaron del letargo. Cuando llegó a nuestra posición habló un tiempo contigo.
Dejé vagar mi mirada ciega entre los sonidos.

Nuevas pisadas se llevaron al hombre. No me quedaba mucho tiempo antes de morir a manos de un extraño. En el timbre de tu voz detecté mentira. No importa ya. No has entendido nada. Tu naturaleza funde la vida a través de la muerte y no al revés. Como la mía. Concentrado en el punto rojo que debía ser tu cabeza tomé impulso. Me lancé e incrusté mi pico en tu boca.

No concibo una muerte más hermosa. No para un buitre.

2 comentarios:

Amanda dijo...

"No concibo una muerte más hermosa. No para un buitre". ¡Yuju! Qué buen final. Un abrazo.

If dijo...

Me gusta el ritmo lento del texto y especialmente la alternancia entre los sentidos de la vista y el oído. Hermosa la muerte del buitre.lf.